jueves, 8 de mayo de 2008

Cuento para dormir

Como era costumbre, a las nueve, los Sagasti se sentaron en la mesa preparados para la cena. Como era usual, cuando faltaban quince minutos para las diez, terminaron de comer. Sin embargo, destruyendo todo hábito, mientras se disponía a lavar los platos, la madre cayó al suelo desmayada (nunca se supo bien por qué, a nadie nunca le interesó del todo).
Su marido, como hace cualquier marido ejemplar, en vez de llamar a un doctor, un desconocido en quien no se puede confiar, la llevó a la cama y la atendió el mismo. Por suerte, los chicos de 6 y 8 años, no se preocuparon, y continuaron con la exhaustiva tarea de buscar alguna película decente para ver en la tele.
Luego de quince minutos, aproximadamente, la mujer volvió en sí, aunque seguía algo mareada.

-Ay, Miguel, estoy un poco cansada… ¿Querés ocuparte vos de Rocío y Joaquín? Ocupate de que se duerman, sino nosotros no vamos a descansar nada. ¡Deben estar asustados! ¡Pobrecitos!
-No te preocupes, amor… ya vuelvo. En un segundo se duermen.

Miguel no podía estar más equivocado. Durante su ausencia, sus hijos se habían enganchado con una película para niños que no los iba a abandonar en toda la noche. Los chicos cantaban esas canciones que uno no puede entender cómo son tan pegadizas y lavan el cerebro de sus hijos, causando el trastorno del de los padres.
El padre no tuvo piedad ante las súplicas y berrinches de los infantes. Los llevó al cuarto que los niños compartían. Les puso los pijamas, los acostó y arropó. Pero los niños no de dormían, sino que todo lo contrario, seguían cantando (¡aún acostados y sepultados bajo gruesos acolchados!).
Consternado, Miguel corrió a su dormitorio.

-¿Qué hago? ¡No se duermen más!
-Ah, no es tan fácil ser madre como pensabas, ¿no?
-¡Dale!
-Bueno, bueno… Contales un cuento, o algo así…

El padre regresó a la habitación de lo chicos y empezó su historia.

-Había una vez, un niño llamado Pepito, que siempre se comportaba. Era un estudiante aplicado, un alumno 10, trabajador y siempre hacía lo que le decían. En cambio, su hermano gemelo, Pochoclito, siempre se portaba mal. Era el rebelde de la clase, aprobaba a duras penas y nunca obedecía a sus mayores.
-Ya escuché esta historia… Pochoclito hace algo malo, Pepito lo ayuda y Pochoclito aprende a portarse bien…
-(¡Mierda!) No, no, mi amor, esta es otra historia, y pasó en serio… Bueno, portarse bien o mal no significa que un niño sea bueno o malo…
-¿No?
-No, Joaco. Pepito era buen alumno pero mal compañero. Un día, el maestro tomó un examen que todos aprobaron con 10. El maestro no era tonto, así que se dio cuenta de que algo raro había pasado. Entonces, como era de suponerse, le preguntó a Pepito. Pepito no sabía nada, de lo contrario, ya lo hubiese dicho. El maestro le pidió ayuda. Por eso, Pepito espió a sus compañeros durante los recreos, almuerzos, clases, y demás, hasta que finalmente descubrió la verdad: alguien había robado la prueba del bolso del maestro, la había fotocopiado y entregado a todos sus compañeros. Por supuesto, ese alguien era su hermano. Pepito no dudó un segundo. Le contó a su maestro lo que había sucedido. Éste reprobó a todos, excepto a Pepito, obviamente. A Pochoclito, además de reprobarlo, lo obligó a pasar horas extras en el colegio, todos los días por seis meses, haciendo tareas especiales. Las vidas de Pochoclito y de sus compañeros se volvieron muy miserables ya que los maestros y sus padres los castigaban día y noche. Por eso, ellos tampoco dudaron un segundo. Tenían que vengarse. Tenían que enseñarle, de una buena vez por todas, a ese Pepito, el costo de ser un alcahuete.
-¿Qué le hicieron, papi?
-¿Lo dejaron en el medio del bosque como hicieron los papás de Camila con su perro?
-No, no… Algo peor aún. Hubo una excursión a una fábrica de ropa. Todos estaban muy entusiasmados, sobre todo Pepito, a quien le gustaba aprender cosas nuevas. El maestro no era capaz de controlar tanto entusiasmo. Pochoclito vio su oportunidad. Les dijo a sus compañeros que distrajesen al maestro. Pepito estaba examinando muy detenidamente una máquina de bordado cuando se dio cuenta de que él y su hermano estaban solos en la sala de máquinas de bordado. Pochoclito le dijo que se disculpase por mandarlos al frente o que sus amigos iban a golpearlo. Pepito no le creyó, le dijo que él era el que quería golpearlo más que nadie. Pepito iba retrocediendo más y más. Le temía demasiado a su hermano. Entre tanto miedo encontró el valor para gritar tan fuerte que toda la fábrica escuchó: “Los mandaría al frente a vos y a tus amigos las veces que sea necesario para que dejen de ser unos estúpidos que no valen…” No llegó a terminar la frase porque detrás de Pochoclito aparecieron sus compañeros. Pepito saltó a atrás y, en eso, una máquina lo agarró, lo bordó, y lo tiró al depósito de remeras bordadas. Fue una visión terrible.
-¿Qué pasó, qué pasó?
-¿Murió, papi?
- El maestro fue al depósito, acompañado por un capataz de la fábrica. No encontraron nada más que sangre. Lo dieron por muerto. Esa misma noche, en la mayoría de las casas de los compañeritos se guardó luto, pero en otras no, y los chicos se quedaron despiertos hasta tarde, jugando en sus habitaciones y cantando. Y al día siguiente, los niños que no guardaron luto, no fueron encontrados. Sin embargo, en las camas, se encontraron muñecos bordados que tenían cierto parecido con los niños. Esto continuó pasando hasta que todos los nenes aprendieron a respetar el luto de Pepito.
-¿Decís papi que, si no nos dormimos va a venir Pepito?
-Yo sólo les cuento lo que sé…
-No creo en esas cosas.
-Yo les advierto. Buenas noches. Que sueñen con los angelitos.

Miguel le dio un beso a cada uno y volvió con su mujer. Una vez que llegó allá escuchó los susurros de sus hijos. Mientras que no cantasen estaba todo bien.

-¿Qué historia les contaste?
-La de Pepe y Pocho.
-Me estás jodiendo.
-No… Oí. ¿Los escuchás?
-No…Pero…
-Los asusté un poco para que se durmieran. Dale. No te preocupes por esas cosas que son del pasado…

La pareja se durmió. Miguel no podía estar más equivocado que antes… pero podía. Sus hijos eran demasiado curiosos, y la curiosidad mató a los gatitos. Porque al día siguiente, cuando fueron a despertar a sus hijos para ir al cole, no encontraron más que dos muñecos mal bordados, que no guardaban ningún parecido con sus hijos.

-Pepé se debe estar poniendo viejo…

Nadie nunca supo qué fue de los chicos, si los padres lo habían hecho, si fue Pepe… A nadie nunca le importó demasiado. Lo cierto es que cada familia tenía sus leyendas urbanas… y no sabían del todo bien cuándo usarlas.
Buenas noches.

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