miércoles, 29 de octubre de 2008

Tiempo de descanso

Quiero recostarme en la tierra y ser tierra. Suspirar, y exhalarme en el aire. Tomar fuerzas para ser viento, y que nada, nada, interrumpa mi sueño.

sábado, 18 de octubre de 2008

Menjunje

Buscando un punto de apoyo en el jardín japonés seguí las costumbres a las que me había habituado y caí en el lago, bajo el puente del espacio. No todo lo que digo no tiene sentido, lo prometo. Me hundí. Las cadenas en mis tobillos besaron la tierra. Las algas marinas me abrazaron, no aceptaron mi rechazo. ¿Qué hacían algas marinas en un lago? No lo comprendí. No comprendí a las algas, ni a las nalgas, ni a las tangas. No tendría que haber sido así, pero está bien. Me quedé ahí. Alimentándome de la comida de los peces me hice pez, ya sin pies, escapé. Escapé de las cadenas, de las condenas, de las voces humanas, de las mentiras (creí) y de mí. Entendí las caras inexpresivas de los peces. Las burbujas que explotan luego de salir de sus labios. Y bailé entre ellos, mis hermanos bellos, de largos cabellos, que me llevaron tan lejos. Lo admito, comí bagres, muchos. Tantos que en un momento me creí bagre, y quizás lo sea, pero la verdad es preferible ser bagre que creerse bagre. Esa es otra historia. Volvamos al punto central, si es que lo hay. No tendría que haber sido así, pero está bien. Soy un error de Microsoft. Cuestión que comí aunque ya no quería comer. Antes de empezar nuevamente la danza, me congelé. Mis aletas se transformaron nuevamente en pies. Mi estómago enojado, me apuñaló. El insaciable me gritaba y golpeaba, pero mi cuerpo ya no bailaba. El cuerpo trae tantos problemas. Entonces apareció el fantasma de Lacan. Pero no era el jardín japonés era el baño. El puto baño en el que me quedo atrapada siempre. Tiré de la puerta pero nada. Lacan hablaba. Clavé mis uñas en la madera. Él disparó su realidad. Abrí la puerta. Ya era tarde. Chocamos. Todos. Mi culo y el lavatorio, Lacan y el inodoro, la realidad y yo. Tuve miedo de quien fuera el siguiente en entrar al baño. Una vieja. ¡Qué suerte! Le gusta el olor a pedo. Deja su estela fétida como souvenir. No tendría que haber sido así, pero está bien. Eso ya no importa. Y nos hicimos todos un menjunje de ideas una vez que tiraron la cadena.