viernes, 16 de mayo de 2008

Trabajo de observación de Realización Documental

A algunos les dará intriga que diantres escribí en ese proyecto. Bueno, acá va... (No sé cómo subirlo en forma de tabla así que los comentarios van en letra cursiva) Subí la mejor de las 3 observaciones Disfruten!

21/4/08 a las 10 hrs., en la esquina de Mendoza y Altolaguirre (en Villa Urquiza).La primera persona que sigo es una anciana de 60-70 años. Camina, encorvada, con bastón y lleva puesta una camisa de manga corta floreada y una pollera larga beige. Tiene el pelo teñido de rubio, con las raíces crecidas. Usa anteojos oscuros con un marco negro grueso. Sus sandalias son marrones. Están gastadas. La mujer tiene el seño fruncido. En un momento me parece que la mujer no apoya el bastón en el suelo. No pensaba hacer el trabajo sobre esto. Simplemente quería saber si mi teoría de que varias mujeres mayores que se suben al colectivo y le piden a uno, con el bastón, que le deje el lugar, realmente necesitan sus bastones o es pura actuación.
Se dirige a la calle Olazábal. Pasa junto a unas obras en construcción. Se queja y comienza a caminar más lentamente. A medida que se acerca a Olazábal la mujer va reduciendo el paso. Sospecho que la mujer reduce el paso porque en Olazábal hay más gente. Sin embargo, tengo la duda porque es posible también que lo haya hecho por las obras en construcción y haya mantenido ese ritmo porque le parece más cómodo.
Llega a la esquina y va para el lado de Triunvirato. La mujer continúa caminando lento. Se para en la esquina de Olazábal y Barzana. Quiere cruzar a la otra mano. Espera que cambie el semáforo. Pasa una mujer de unos 30 años aproximadamente, con un labrador. El perro levanta la pata en una pared del edificio que se encuentra en esa esquina. La anciana, escandalizada, empieza a gritar que no. Le dice a la mujer cómo es posible que permita que su perro haga eso y le pregunta si le gustaría verla a ella (la señora) haciendo sus necesidades por ahí. La anciana tiene una voz muy gastada. Por lo tanto, hay palabras que no se le entienden del todo. Las dos mujeres discuten unos momentos pero el perro parece tironear a la mujer y, finalmente se va. Debido a la discusión, la anciana pierde la oportunidad de cruzarse de mano, así que simplemente sigue caminando en la misma mano pero cruza a la otra cuadra. Me doy cuenta de que la señora esta es un personaje y tengo mucha suerte de haberla encontrado. Pero todavía no estoy segura de si aparenta con el bastón o no, es decir, parece ser como cualquier señora mayor enojada con la vida pero necesito saber si aparenta o no y me gustaría saber por qué pero no estoy segura de que vaya a encontrar todas esas respuestas tan sólo siguiéndola. Mientras que discute, me doy cuenta de que puedo hacer el trabajo sobre esto así que saco un block de notas y me pongo a escribir todo lo que acaba de suceder. La espío de lejos porque no quiero que se de cuenta de que la sigo.
Llega a Bucarelli y quiere nuevamente cruzar a la otra mano. Le habla a una chica de unos 20 años que está parada junto a ella. Le pide que la ayude a cruzar y le estira el brazo. La chica la agarra. Cambia el semáforo y cruzan. Una vez que llegan al otro lado, la anciana le acaricia el hombro a la chica y le dice que es muy dulce. Esto me parece muy raro ya que hay un semáforo y la mujer estuvo caminando lo más bien hasta acá. Me parece que a la chica también le sorprendió el pedido de la mujer porque la agarra con cierto titubeo.
Sigue caminando lentamente hasta llegar a una heladería Cremolatti. La mujer entra. Se pide un cuarto de helado de sambayón, vainilla y chocolate amargo. Sale. Camina para el lado de Mendoza. Esta vez no le pide nadie que la ayude a cruzar. Debe estar regresando a su casa. El hecho de que esta vez no pida ayuda me resulta muy raro.
Camina por Bucarelli, con un ritmo más rápido, hasta llegar a Echeverría. Dobla en Echeverría y camina, de nuevo con paso lento, para el lado de Constituyentes. Entre Andonaegui y Barzana, pasa por la puerta de un pequeño supermercado. Saluda al dueño y acaricia al perro que está en la puerta. El perro debe ser del dueño del supermercado. Nuevamente me sorprende esta mujer, que antes parecía odiar a los perros, y ahora acaricia a este que encima es peleador. Sigo caminando (sería muy sospechoso quedarme esperando). Llego a la otra esquina y hago como si me atara los cordones.
Mientras que charlan, el perro sale a pelear con otros perros que pasan con sus dueños. Se despide y sigue caminando hasta Altolaguirre, que se cruza de mano. Continúa caminando por Altolaguirre pero con un ritmo más dinámico. Se dirige a Parque Chas. Dobla en una calle y se mete en Bucarest. Me preocupa un poco meterme en Parque Chas porque no siempre puedo salir. Por esa razón es muy probable que no pueda seguir diciendo en qué calle estoy.
Empiezo a pensar que ya debemos estar muy cerca de su casa y realmente tengo que saber si necesita el bastón o no. Entonces decido hacer más evidente que la estoy siguiendo y como sé que no tengo un aspecto muy intimidante me pongo a caminar muy cerca de ella haciendo los pasos muy fuertes.
La mujer se da vuelta y me mira. Comienza a caminar más rápido. Yo también aumento la velocidad de mis pasos. Aumenta más su velocidad. Parece asustada. Masculla en voz muy baja que deje de seguirla. No le respondo. Sigo caminando pero aflojo el ritmo. La mujer se adelanta media cuadra y dobla en la esquina. Son las 11.35 hrs. Llego a la esquina. Miro para ambos lados y veo a la mujer corriendo. Efectivamente, no necesitaba el bastón.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Palíndromos

Según mi centenario profesor de creatividad. Los siguientes palíndromos carecen de sentido, mas yo no lo considero cierto. El tiempo los absolverá.

Allí roza la fosa, pero lloré; pasó falaz orrilla.

Rama de sauce da y adecua sed amar.

Al eco llama sólo "cosa con ocaso colosa", mal lo cela.

Odín osa atacar a la tarde, va a Saavedra talar, acata a Sonido.

Nada sé notarle ya, ¡ay!, el ratón es Adán.

A ranas sin odas orará, a raros Adonis sanará.

Arriba rió la sala "malas" al oir a birra.

Oye loco para los ojos o Lara poco leyó.

Después de estas obras de arte este hombre exige frases como luz azul ! Por q no se clava esta lana anal y deja de citarnos frases?

viernes, 9 de mayo de 2008

¿Mis vacaciones?

¿En serio querés saber? Bueno, yo te conté que nos íbamos a ir en barco. Por alguna razón, siempre soñé con viajar en crucero o algo por el estilo, a un lugar exótico. A Alberto no le gustaba mucho la idea pero accedió, finalmente, en tanto él pudiera elegir el lugar al que íbamos a ir. ¿Podés creer? ¡Se le antojó ir a la Antártida! Decí que soy buena y lo soporté como una dama. Bueno, para ser sincera, en un principio me pareció una buena idea. Alberto y yo realmente necesitábamos ir a un lugar tranquilo porque estábamos muy estresados. Sí, ya sé que te enteraste de las crisis nerviosas que tuvimos los dos… Todo el mundo se enteró. “La pareja de locos” decían las vecinas, esas chismosas de en frente. Supongo que ahora estamos mejor así…
Pero bueno, volviendo al viaje, fuimos al puerto, nos despedimos de todos, menos de vos, claro, que estabas de viaje, y nos subimos al barco. El barco era espectacular, lujosísimo… Era como el de esa película de terror, ay, no me acuerdo el nombre, antes de que matasen a todos con tanzas o no se qué, que estaban los fantasmas… ¿La ubicás? Bueno, no importa, era mala. La cuestión es que el barco era espectacular. Alberto quiso consentirme y compró boletos de primera clase, así que no podés imaginar lo que era ese camarote. Zarpamos. El barco estaba lleno. Toda gente bien, digamos. Había bastantes científicos y sus familias y otros como nosotros.
Al principio disfrutaba mucho de viajar en la borda, estar en la pileta climatizada y todas esas cosas, pero, claro, después empezó a hacer frío y no me quedaba otra más que estar por ahí, mirar el mar, conversar con otras mujeres… Pero las mujeres que viajaban eran todas jovencitas. Alguna iba a visitar a su papá o a su novio o simplemente a trabajar. Eso sí, eran todas solteras, un grupo de chicas. Me sorprendió un poco esto. Mejor dicho, horrorizó, y mejor dicho todavía, me horrorizó mucho… Mientras que estas chicas paseaban por la borda, se les acercaban hombres de unos 10 años más que Alberto, y les hablaban, mejor dicho, las seducían de un modo asqueroso, les compraban cosas, y entonces ellas se dejaban acariciar… ¡Ay, toda una situación desagradable! Encima, después vos los veías con ellas en el restaurante del barco y, no me lo vas creer, ellas tenían que masticarles la comida y escupirla para que ellos pudieran comerla. Sí, terrible. Como los pájaros eran. ¿Dónde estaba Alberto en ese momento, me preguntás? Ah, ese es otro tema…
Alberto, siempre con sus complicaciones, vos sabes cómo es. ¡Se le mete una idea en la cabeza y quién se la saca! ¡Esos hombres traen complicaciones y al pedo! Perdón por la palabra. ¡Es que me sale del alma! Resulta que estábamos acomodándonos el primer día, y en eso escuchamos un ruido de una especie de insecto. Obviamente no me llamó particularmente la atención. Era un bichito a fin de cuentas. Supuse que si en primera clase se escuchaba un ruidito de un bichito, en los de tercera debía haber cucarachas del tamaño de dinosaurios. Lamentablemente, cometí el error de decirle esto a mi buen marido, y este pensamiento mío le trastornó la cabeza. A partir de ese momento, él me dejó de escuchar a mí para prestarle atención al bicho. Para ser sincera, pensaba que el día que Alberto me reemplazase por alguien, él iba a tener mejor gusto. Se pasó día y noche adentro del camarote. Hacía que unos mozos le llevaran la comida. Bueno, llegó un punto, obviamente, en el que esta situación me hartó. Después de comer y de ver el episodio repugnante de un viejo verde comiendo una cazuela de mariscos regurgitada, llegué al cuarto hecha una furia y lo encontré ahí, sentado en el piso, con la oreja pegada a la alfombra. Y entonces lo quise poner en su lugar:

-¡Explicame para qué carajo te traigo a un crucero romántico para que estés así, con la oreja en el piso, escuchando a un bicho!
-¿Qué? ¿Me trajiste? No te puedo creer. ¿Ahora estás celosa de un insecto?
-Le prestás más atención que a mí. Vinimos acá a relajarnos y mirá cómo me ponés.
-Te ponés así porque querés. Esta es mi forma de relajarme y distraerme, de la misma forma que la tuya es boludear por la borda.
-¡Vos estás para ir al Borda!
-¿Qué pasa? ¿Ya no te gusta tanto la idea de viajar en…?

Lo interrumpió el ruido del bicho. Pero esta vez yo también me callé la boca y presté atención. El ruido era mucho más fuerte. No puedo describirlo. Era como un “ZvzvvvzzZZ”, pero no era un zumbido… No sé. La cuestión es que nos quedamos callados los dos por un rato largo. Y entonces vi la cara de Alberto. ¡Estaba verde! Me di vuelta enseguida. Seguramente mi cara también estaba verde, ¡verde como la viscosidad que había en la pared! No te lo puedo describir sin que me de vueltas el estómago. Estaba ahí en la pared. Era una especie de caracol, o sea, tenía un caparazón como el de un caracol, pero la babosa tenía el tamaño de una culebra y estaba todo alrededor del caparazón. Era como si estuviese incrustado. Inmediatamente agarré uno de los zapatos de Alberto (obvio, no iba a manchar los míos) y lo maté. Alberto se quedó mudo. En seguida, llamé a alguien de limpieza. Alberto seguía petrificado así que me acerqué a él. Traté de calmarlo. No sabía que tanto le molestaban los caracoles. Supongo que quizás por eso se ponía incómodo cuando yo quería pedir eso en algún restaurante. Bueno, los de limpieza se tomaron su tiempo en venir. Al fin, cuando vinieron y escucharon todo lo que tenía para decirles, lo único que me contestaron fue: “Nunca antes pasó una cosa así… No se preocupe señora que no se va a volver a repetir”. Dejaron la habitación impecable y se fueron.
Convencí a Alberto de ir a la borda y mirar el paisaje. Le había vuelto el color a la cara. Paseamos, nos reímos de los viejos verdes, miramos el desierto oceánico, como él se refería a lo que yo simplemente llamaba agua, y lo más lindo de todo, estuvimos juntos y la pasamos bien. Durante la cena Alberto me comentó lo aliviado que se sentía por haber encontrado al insecto, que ya no nos iba a molestar más. Me contó también por qué lo molestaban tanto los caracoles. Me admitió que quizás fuera algo tonto, que tenía que ver con una mujer que había muerto asfixiada y devorada por caracoles. Una cosa horrible. Después hablamos de cosas sin importancia, tomamos algo de vino y, bien relajados, volvimos a nuestro camarote.
Nos desvestimos, fuimos a la cama y nos acurrucamos. No, no hicimos nada más. ¡Siempre esperando eso, vos! No, querida, no había necesidad y además estábamos muy cansados… Bueno, en realidad, él estaba más cansado que yo. Mientras que Alberto dormía y yo escuchaba el ruido de su respiración, o sea, sus ronquidos, me puse a pensar lo agotado que debía estar él. Pensá, seguro que no había podido dormir nada desde que escuchamos por primera vez al bicho, y eso había sido hacía casi una semana. Bueno, mientras pensaba eso se me fueron cerrando los ojos, y estaba a punto de dormirme hasta que me di cuenta de que ya no se oían los ronquidos de Alberto. Lo miré y me quedé helada al ver sus ojos. ¡Eran como huevos! Entonces, el ruido de nuevo. ¡El bicho! Abracé a Alberto. El ruido era mucho más fuerte que antes y comenzaba a asustarme, pero no más que a Alberto, que antes de que el ruido apareciese ya había visto algo. Encendí la luz del velador, y ahí lo vi, caminando por el suelo. Era el mismo insecto sólo que era el doble. Dos veces más grande. Si el otro me dio asco, este no sé qué me hizo. ¡Era horrendo! Podía ver sus ojos verdes y rojos. No sé si me pareció pero sentía que estaba clavándole la mirada a Alberto. No se me ocurría con qué matarlo. Tenía el tamaño de un pequinés. Bueno, agarré un bastón que se había comprado Alberto para andar por la nieve (una compra que me pareció sinceramente absurda) y lo entré a golpear hasta que me pareció que estaba bien muerto. Me di vuelta y Alberto estaba temblando. ¡No digas que es un maricón! Hay una explicación. Pero esperá, ahí vamos con eso. Antes te cuento que llamé, al instante, a los de limpieza que se tomaron más tiempo que la vez anterior y encima no me dieron pelota. ¿Podés creer que hasta fueron groseros conmigo? Me dijeron: “¿Y qué va a hacer señora? ¿Se va a tirar del barco en el medio de la nada y va a volver nadando a su casa?”. Me quedé con la boca abierta sin poder creer lo que escuchaba. Me di cuenta de que estaba presa en un barco, con viejos degenerados, donde aparecían bichos asquerosos todo el tiempo. Limpiaron así nomás, me dejaron viscosidades en la alfombra y se fueron. ¡Qué cretinos! Te digo, ¡no vuelvo más a viajar por esa empresa!
Volví al lado de Alberto. Esta vez no lo noté más tranquilo por la muerte del bicho. Todo lo contrario, estaba desconsolado. Lo abracé y se puso a llorar en mi hombro. Nunca lo había visto así. Se abrió completamente conmigo… Resumiendo, me confesó que la mujer que me había contado que fue asesinada por los caracoles era en realidad su madre. Me quedé dura. ¡Tanto tiempo sin las molestias de una suegra para que me viniese a arruinar el viaje!
Amaneció y estábamos los dos ahí sin saber qué hacer. No sé por qué ahora, pero en su momento sabía que no había nada que pudiéramos hacer. El bicho iba a aparecer de nuevo tarde o temprano, a Alberto le iba a dar un ataque, y los de limpieza iban a terminar dándome un trapito para que limpie yo. Me acerqué a la ventana. Sentí el aire frío y miré el cielo. Era un día feo, feo. Había mucha resolana. Alberto se me acercó por atrás y me dijo:

-Parece que todo está al revés.
-¿Qué, Alber?
-¡Estamos yendo al revés! ¡El barco está al revés!
-Shh… Tranqui, Alber… Sólo es la resolana…
-¡¿No ves?! ¡¿No entendés?! ¡Estúpida! ¡JA,JA,JA,JA! ¡Todo está al revés! ¡Ya llegamos a la Antártida pero navegamos por el cielo! ¡El barco va al revés! ¡Nos llevan a nuestro nacimiento! ¡A nuestra muerte! JAJAJA

Nunca lo había oído reir o hablar así. Estaba histérico. Me daba miedo, en serio. Abrió completamente la ventana. No entendí en el momento qué era lo que intentaba hacer.

-Sólo nos podemos salvar de una manera. ¡Tirate!
-¿Estás loco?
-Bueno, yo me tiro.
-¡NOOO!

Lo agarré a tiempo. Forcejeamos en el piso. Nos gritamos como nunca, ni antes de ir a la terapia nos gritábamos así. Finalmente nos fuimos cansando. Él me ganó. Se quedó encima de mí mientras que me sujetaba las muñecas. Estábamos re agitados… Entonces volví a abrir la boca y decir cosas que convenía callar.

-Ehm… ¿No es raro que después de este griterío nadie haya venido a decirnos nada ni a ver cómo estamos?

Me clavó los ojos. No podía alejarme de ellos. Era como si toda la cara de Alberto fueran esos dos ojos verdes, rojos de insomnio, enormes. Escuché un goteo y de nuevo el ruido. Alberto se desplomó a un costado. Y lo vi. El bicho estaba en el techo. Esta vez era el doble de la anterior, o sea, el cuádruple de la primera vez. Una gota de baba del caracol cayó en mi rostro. Hablando de eso, sabés, la baba de caracol no saca arrugas ni mejora la piel, para nada. Eso es todo trucho, eh. ¡Y asqueroso encima! Las patas de gallo siguen ahí, ¿ves? ¡Bueno! Te sigo contando…
La cuestión es que no sabía que hacer. ¿Cómo puede morir algo que matás y reaparece más grande? ¿Qué podía hacer? ¡Lo mataba y aparecía uno mayor! Hice lo único que podía: me volví loca. Volví a agarrar el bastón. Traté de alcanzar al caracol pero no llegaba. Miré a Alberto. Y fue ahí cuando me di cuenta: cada vez que lo mataba se hacía más fuerte. ¡Me dio una bronca! Empecé a golpear las paredes. Golpeé, golpeé hasta el hartazgo, o mejor dicho, hasta que hice un agujero terrible en la pared. Pero este agujero no era normal. Era… ¡Era un túnel! ¡Y estaba lleno de caracoles! Se escuchaba un sonido que nunca había escuchado antes. Un sonido que no era de este mundo. Me heló la sangre. Alberto me rodeó la cintura. Luego un llanto y una figura de mujer embarazada, pero no era de mujer, sé que no se entiende pero eso no era una mujer, con un vestido blanco. Señalaba y acariciaba constantemente su panza. Se acercaba y hablaba con voz musical:

-Albi, Albi, ¿por qué no querés venir con mami? ¿No ves que es acá adentro donde tendrías que estar?
-¡Vos no sos mi mamá!
-Albi, Albi, todavía tenés que madurar…

Su cuerpo no estaba cerca pero podíamos sentir el olor podrido de su aliento. Entonces sentí que me elevaba en el aire. No, no estaba levitando. ¡Era Alberto que me tiró por la ventana! También se tiró a sí mismo. Por suerte caímos sobre un animal muerto que estaba flotando por ahí. Nunca supe bien qué era. Y mientras que estábamos ahí, por un instante me pareció cierto lo que había dicho Alberto, que el barco navegaba al revés... Pero después me di cuenta de que era una locura y que Alberto me había lanzado a aguas congeladas y que quizás nadie nos iba a encontrar nunca. Obviamente nos encontraron a los dos minutos unos científicos de no sé donde que estaban haciendo una investigación. Nos llevaron a tierra firme y después volvimos acá. Durante el viaje me puse a pensar que si el espíritu de su madre lo perseguía debía ser porque el la había matado y que él me había tirado para matarme quizás. ¡Cosa extraña un espíritu en la tierra! Y ahí fue cuando pedí el divorcio. ¡Sí, te lo digo ya, esos hombres traen problemas! ¡Ay, dejá de bostezar al menos un segundo! No, te juro que no es cuento todo esto… ¡En serio! ¿Para qué iba a buscar una excusa para dejar a Alber? ¡Ay, no metas a Ricardo en todo esto…! ¡Nunca había salido con él antes de la semana pasada! Ay, bueno, creé lo que quieras…

jueves, 8 de mayo de 2008

En la Resignación

Pasan las estaciones, y está harto porque ya no hay nada. Al menos nada más. Sólo palabras. En la soledad del tren repleto de gente mira por la ventana. Se queda ahí, expectante. Da lo mismo: engañoso mutismo o molesto infrasonido. Observa y observa. Las decepciones que nunca cambian, los cánticos de siempre… Vuelve a su cama. Y todo es inalterable... Cansado, se acuesta. Todo termina igual... En este silencio. En este final.

Inercia

Rebozo de felicidad:
verte tenerte tocarte gozarte sentirte amarte lamerte reirte probarte
todo momento, cada instante.

Pero no importa cuánto me esfuerce.
Lo que diga, no vas a entenderlo.

no es esto lo que esperaba
las estaciones que pasan
tu boca pálida llena
Mi sangre.
Ni el placer,
Que no encuentro más
en la comida
en las buenas compañías
en ti
…ya sin sabor…
Ni en mí.

Y te mato y aparece otro peor.

Ya tu boca es una gruta con lengua de puta.
Te beso y saboreo la fruta que esconden tus pupilas lunares.
Devoro los cimientos de mi propia existencia. Y los escupo.
Un movimiento sísmico por una inercia tan grata.
Soy el torrente sanguíneo, todo.
El hielo no alcanza para saciar este ardor. Ni el calor
No puedo evitarlo, no puedo parar, no puedo detener tu efecto
Ya todo te lo di: Cuerpo Alma Dios Sangre.
Este elixir de muerte. Sé ahora que no soy lo que me creían.

Cuento para dormir

Como era costumbre, a las nueve, los Sagasti se sentaron en la mesa preparados para la cena. Como era usual, cuando faltaban quince minutos para las diez, terminaron de comer. Sin embargo, destruyendo todo hábito, mientras se disponía a lavar los platos, la madre cayó al suelo desmayada (nunca se supo bien por qué, a nadie nunca le interesó del todo).
Su marido, como hace cualquier marido ejemplar, en vez de llamar a un doctor, un desconocido en quien no se puede confiar, la llevó a la cama y la atendió el mismo. Por suerte, los chicos de 6 y 8 años, no se preocuparon, y continuaron con la exhaustiva tarea de buscar alguna película decente para ver en la tele.
Luego de quince minutos, aproximadamente, la mujer volvió en sí, aunque seguía algo mareada.

-Ay, Miguel, estoy un poco cansada… ¿Querés ocuparte vos de Rocío y Joaquín? Ocupate de que se duerman, sino nosotros no vamos a descansar nada. ¡Deben estar asustados! ¡Pobrecitos!
-No te preocupes, amor… ya vuelvo. En un segundo se duermen.

Miguel no podía estar más equivocado. Durante su ausencia, sus hijos se habían enganchado con una película para niños que no los iba a abandonar en toda la noche. Los chicos cantaban esas canciones que uno no puede entender cómo son tan pegadizas y lavan el cerebro de sus hijos, causando el trastorno del de los padres.
El padre no tuvo piedad ante las súplicas y berrinches de los infantes. Los llevó al cuarto que los niños compartían. Les puso los pijamas, los acostó y arropó. Pero los niños no de dormían, sino que todo lo contrario, seguían cantando (¡aún acostados y sepultados bajo gruesos acolchados!).
Consternado, Miguel corrió a su dormitorio.

-¿Qué hago? ¡No se duermen más!
-Ah, no es tan fácil ser madre como pensabas, ¿no?
-¡Dale!
-Bueno, bueno… Contales un cuento, o algo así…

El padre regresó a la habitación de lo chicos y empezó su historia.

-Había una vez, un niño llamado Pepito, que siempre se comportaba. Era un estudiante aplicado, un alumno 10, trabajador y siempre hacía lo que le decían. En cambio, su hermano gemelo, Pochoclito, siempre se portaba mal. Era el rebelde de la clase, aprobaba a duras penas y nunca obedecía a sus mayores.
-Ya escuché esta historia… Pochoclito hace algo malo, Pepito lo ayuda y Pochoclito aprende a portarse bien…
-(¡Mierda!) No, no, mi amor, esta es otra historia, y pasó en serio… Bueno, portarse bien o mal no significa que un niño sea bueno o malo…
-¿No?
-No, Joaco. Pepito era buen alumno pero mal compañero. Un día, el maestro tomó un examen que todos aprobaron con 10. El maestro no era tonto, así que se dio cuenta de que algo raro había pasado. Entonces, como era de suponerse, le preguntó a Pepito. Pepito no sabía nada, de lo contrario, ya lo hubiese dicho. El maestro le pidió ayuda. Por eso, Pepito espió a sus compañeros durante los recreos, almuerzos, clases, y demás, hasta que finalmente descubrió la verdad: alguien había robado la prueba del bolso del maestro, la había fotocopiado y entregado a todos sus compañeros. Por supuesto, ese alguien era su hermano. Pepito no dudó un segundo. Le contó a su maestro lo que había sucedido. Éste reprobó a todos, excepto a Pepito, obviamente. A Pochoclito, además de reprobarlo, lo obligó a pasar horas extras en el colegio, todos los días por seis meses, haciendo tareas especiales. Las vidas de Pochoclito y de sus compañeros se volvieron muy miserables ya que los maestros y sus padres los castigaban día y noche. Por eso, ellos tampoco dudaron un segundo. Tenían que vengarse. Tenían que enseñarle, de una buena vez por todas, a ese Pepito, el costo de ser un alcahuete.
-¿Qué le hicieron, papi?
-¿Lo dejaron en el medio del bosque como hicieron los papás de Camila con su perro?
-No, no… Algo peor aún. Hubo una excursión a una fábrica de ropa. Todos estaban muy entusiasmados, sobre todo Pepito, a quien le gustaba aprender cosas nuevas. El maestro no era capaz de controlar tanto entusiasmo. Pochoclito vio su oportunidad. Les dijo a sus compañeros que distrajesen al maestro. Pepito estaba examinando muy detenidamente una máquina de bordado cuando se dio cuenta de que él y su hermano estaban solos en la sala de máquinas de bordado. Pochoclito le dijo que se disculpase por mandarlos al frente o que sus amigos iban a golpearlo. Pepito no le creyó, le dijo que él era el que quería golpearlo más que nadie. Pepito iba retrocediendo más y más. Le temía demasiado a su hermano. Entre tanto miedo encontró el valor para gritar tan fuerte que toda la fábrica escuchó: “Los mandaría al frente a vos y a tus amigos las veces que sea necesario para que dejen de ser unos estúpidos que no valen…” No llegó a terminar la frase porque detrás de Pochoclito aparecieron sus compañeros. Pepito saltó a atrás y, en eso, una máquina lo agarró, lo bordó, y lo tiró al depósito de remeras bordadas. Fue una visión terrible.
-¿Qué pasó, qué pasó?
-¿Murió, papi?
- El maestro fue al depósito, acompañado por un capataz de la fábrica. No encontraron nada más que sangre. Lo dieron por muerto. Esa misma noche, en la mayoría de las casas de los compañeritos se guardó luto, pero en otras no, y los chicos se quedaron despiertos hasta tarde, jugando en sus habitaciones y cantando. Y al día siguiente, los niños que no guardaron luto, no fueron encontrados. Sin embargo, en las camas, se encontraron muñecos bordados que tenían cierto parecido con los niños. Esto continuó pasando hasta que todos los nenes aprendieron a respetar el luto de Pepito.
-¿Decís papi que, si no nos dormimos va a venir Pepito?
-Yo sólo les cuento lo que sé…
-No creo en esas cosas.
-Yo les advierto. Buenas noches. Que sueñen con los angelitos.

Miguel le dio un beso a cada uno y volvió con su mujer. Una vez que llegó allá escuchó los susurros de sus hijos. Mientras que no cantasen estaba todo bien.

-¿Qué historia les contaste?
-La de Pepe y Pocho.
-Me estás jodiendo.
-No… Oí. ¿Los escuchás?
-No…Pero…
-Los asusté un poco para que se durmieran. Dale. No te preocupes por esas cosas que son del pasado…

La pareja se durmió. Miguel no podía estar más equivocado que antes… pero podía. Sus hijos eran demasiado curiosos, y la curiosidad mató a los gatitos. Porque al día siguiente, cuando fueron a despertar a sus hijos para ir al cole, no encontraron más que dos muñecos mal bordados, que no guardaban ningún parecido con sus hijos.

-Pepé se debe estar poniendo viejo…

Nadie nunca supo qué fue de los chicos, si los padres lo habían hecho, si fue Pepe… A nadie nunca le importó demasiado. Lo cierto es que cada familia tenía sus leyendas urbanas… y no sabían del todo bien cuándo usarlas.
Buenas noches.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Poema a Ezio "Tati" Massa

Ezio Massa, Ezio Massa,
Qué te pasa?
Ezio Massa,
Ay, qué grasa
tu peli, Massa.

De nuevo sobre él parla
de su nuevo cine argentino
y de su supuesta novia Carla
mas sabemos que es ladino
así que deja de madartela.

Luego de tener tu hermosa clase
siento como si todo tu peso
al suelo rotundamente me anclase
tengo una muralla de yeso
se derrumbo sobre nosotros, ¡ q desastre!
No,perdon, ha caido el tati grueso
y causado una masacre.




Poema a Alex Aloi

Alex Aloi, Alex Aloi,
Adónde voy?
Alex Aloi,
Qué día es hoy?
Alex Aloi,
Más no doy,
Alex Aloi.