domingo, 7 de diciembre de 2008

A veces tiendo a olvidarme de que soy una persona. Pero soy una persona, o eso creo. Digamos, tengo extremidades, dos ojos, nariz y boca, y demás… No voy a enumerar todo. Igual, hay gente que no tiene todo eso y supongo que también es considerada persona (no por todo el mundo, pero bueno). Volvamos al punto. Cuestión, que soy persona, pero tengo un tema. El otro día, hace mucho, descubrí que tengo una planta en el pecho. Ojo, es peligroso. Se está abriendo paso hasta mi garganta y a veces me estrangula. Cada vez más porque está creciendo. Tiene sentido. Al principio les conté a mis viejos, que sin creerme, me dijeron: “Y bueno, dejá de tomar”. Me la banqué re bien, pude dejar la Coca light (todo un logro) pero llegó el momento en el que me ofrecieron una birra y, bueno, uno tiene sus debilidades, y yo no puedo negarme a una cerveza, y mucho menos a más de una.
Después se me ocurrió llamar a un jardinero. Por favor, no me quiero acordar de eso. Agarró, sacó las tijeras, abrí la boca y… ¡ay, Dios! Digamos que no tenía muy buena puntería.
Así que, ahora, la situación empeoró tanto que no puedo hablar. Y eso es todo un tema, porque no lo comenté antes, pero trabajo de payasa. Sí, resulta que cuando era chica me decían que tenía nariz de payaso, porque tiene como una pelota en la punta. Ahora, incluso, está roja sin necesidad de maquillaje. Ahora se me ocurre que quizás sea como una enfermedad, que el disfraz se fue expandiendo por mi cuerpo. Y ahora todos me creen payasa. Pero no soy payasa. Me gustaría que no se olvidaran. Aunque tenga una planta en el pecho. Soy persona.

Nado a oscuras

Las luces de un faro. Nos estamos alejando. Nadamos sólo por nadar, o eso pensamos. Nos adentramos. Es una noche negra, sin luna, sin estrellas. Nadamos. Sin motivo, no es necesario. Aunque siento tu respiración, te siento lejos. Reímos, lloramos, y ahora sólo nadamos, cada vez menos sincronizados. El viento raspa mi rostro febril, rojo, mientras el mar me acaricia. Qué caricias tan frías brinda. No estás, no hay nada. Sólo ecos de tu mirada. Las luces del faro. Los intervalos son cada vez más largos. Sólo el mar y el viento, mezcla tan extraña, orgullo y tormento. Te espero, flotando en el agua mansa, sabiendo que no voy a encontrarte. Aguardo la ola. Nos seguiremos viendo. Nos miraremos a los ojos pero no serán nuestros ojos. Serán una pantalla. Algo que nos separa. Ahora me doy cuenta, tarde, de que no nos volveremos a encontrar nunca más. Tal vez podamos volver a conocernos si nos olvidamos de nosotros. De todas formas, ya somos otros.