sábado, 28 de febrero de 2009

A quien sueña en lo alto

Muchos dirán que pecás por volar alto, pero qué podés hacer si no naciste con el culo pesado de la gallina que pierde los huevos a mitad de camino. Mas no vueles tan alto, te lo digo yo, que vas a chocar contra el techo. Es muy fácil ir recto por sendero llano, pero vos vas a tambalearte en la subida.
Él te hará creer que por chamuscarte las pestañas te ha quemado los ojos. No es así, amiga mía. Abrilos. Mas no mires al cielo, que está tan lejos. Iluminame con tu mirada honesta, que no se pierda en la montaña. Él tirará piedras en tu camino, te atará pesas y dirá que es por cariño. Y cuando más cansada estés, te golpeará. Te golpeará y golpeará, sin parar, sin clemencia, sin ninguna advertencia. Las paredes, cómplices de acto tan ruin, ahogarán tus alaridos maltrechos. Sin embargo, los vecinos saben, los vecinos todo lo ven. ¿Pero quién querría que acabara tan entretenido espectáculo? Además algo habrás hecho. Habrás caminado de alguna forma especial, habrás sonreído de más, sólo vos sabrás. O quizás no, quizás nunca lo sepas. Y decime si no has caminado lo que has caminado con tu peso, sola entre la gente, esperando un punto de apoyo, un gesto de compasión. ¡Y fijate dónde fuiste a buscar! Esa gente decente podría estar hasta el cuello de mierda y ni se darían cuenta. Pero vos no soportás el olor.
Llegará el punto en el que pensarás que ya no podés dar un paso más. El cansancio te dominará, el hartazgo te abrumará. Y caerás. Mas si no clavaste tu mirada en el cielo ni sepultaste tu cabeza en la tierra, encontrarás la mano amiga, hacia vos tendida, en cada instante del día en el que tu fuerza decline. Mano a mano, se formará la cadena que engrillará a la terrible fiera.
No obstante, te digo ahora, amiga, anímese él a realizar una nueva ofensa, y te juro, y perjuro, que tu grito no morirá contra las paredes, que no será tu sangre la que bañe el suelo, que esa palabra vil será su última y en la muerte no tendrá consuelo.

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